“Cuando se condena a muerte a un asesino, la pena es inconmensurablemente más grave que el crimen cometido. Aquel que es apuñalado por los bandidos por la noche en el fondo de un bosque, conserva hasta el último instante la esperanza de librarse. Se citan casos de personas que han tenido la garganta seccionada y no perdían la esperanza de huir, o suplicaban que les perdonasen la vida. Mientras que teniendo la certeza de un desenlace fatal, se despoja al suplicio de esa esperanza última que hace a la muerte diez veces más tolerable. Existe una sentencia y el hecho de que no se podrá escapar a ella constituye tal tormento que no creo exista nada más espantoso en el mundo. Usted puede conducir a un soldado en plena batalla hasta la misma boca de los cañones porque conservará la esperanza de librarse de la muerte hasta el instante mismo del disparo. Pero dé a ese soldado la certeza de su condena a muerte, y lo verá volverse loco o deshacerse en llanto. ¿Quién puede decir que la naturaleza humana es capaz de soportar semejante prueba sin volverse loco? ¿Por qué inflingir una afrenta tan infame como inútil? Es posible que exista en el mundo un hombre al que, después de leerle su condena para imponerle semejante tormento, enseguida le hayan dicho “Vete, estás perdonado” (1). Ese hombre, posiblemente podría contarnos lo que ha sentido. De ese tormento y esa angustia también habló Cristo. ¡No, no hay derecho de tratar de ese modo a un hombre!”
El Idiota, de Fedor Dostoyevski
(1) Esta reflexión es autobiográfica. Dostoyevski fue indultado en el patíbulo.
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