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16 de julio de 2014

**Sobre racismo, xenofobia, fútbol y campeones**


SINTESIS 13
A raíz de los distintos hechos de discriminación y del fuerte recrudecimiento del nacionalismo que se pudo ver en los festejos alemanes se despertó, acá, una polémica.
“¿Con qué derecho, nosotros, la patria futbolera argentina, acusamos a los alemanes de racistas?”, se preguntaron varios, con algo de razón. No somos quienes, precisamente, pueden arrojar la primera piedra. Ir a un estadio argentino sin escuchar un insulto racista parece una utopía. A quienes desde la palabra tratamos como países hermanos (Paraguay, Bolivia, Perú, etc.), desde los hechos, son a quienes insultamos permanentemente. Infinidad de partidos se han parado para evitarlo, pero para que realmente se detenga ese diluvio crudamente xenófobo, sería imposible jugar un partido de corrido. Basta con agarrar cualquier repertorio de tablón para ver una catarata discriminatoria en cualquier canción, y no da vergüenza, sino asco, o miedo, que hasta nuestros pibes las griten desde chicos.
Algunos nos decían: “cómo pretendemos respeto, si les cantamos Brasil, decime qué se siente durante un mes y ahora nos hacemos los señores”. Ojalá –pero ojalá en serio-, las canciones de tribuna fueran tan sencillas, inocentes y folklóricas como esa. Una canción que recordaba un mundial que no ganamos, una gambeta que quizá los brasileros no recuerden del todo bien, y a un gol que los lastimó, pero que no les impidió ganar dos mundiales más en los años posteriores. ESO, es folklore: les hacemos referencia a que en el historial de clásicos estamos un partido arriba, nos responden que nosotros tenemos sólo dos copas y ellos cinco, y discutimos quién es mejor, si Maradona o Pelé.
El festejo alemán (los cánticos neonazis, las esvásticas pintadas en monumentos, los enfrentamientos entre nacionalistas y antifascistas, el muerto, la chica apuñalada, los ataques a un equipo con tradición democrática, los destrozos a los homenajes a los que combatieron pacíficamente el movimiento nacionalsocialista, etc.) no fue nada de eso. Mostrar una bandera alemana parado con orgullo sobre el Memorial del Holocausto, no es una cargada. Y si bien, obviamente, no podemos acusar al pueblo entero, porque evidentemente se trató de una cínica y psicopática minoría, amerita repudio. Amerita repudio porque, lamentablemente, ellos fueron en gran parte responsables de los dos conflictos bélicos más importantes de la historia humana, votaron a Hitler, y pasó lo que pasó. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de visitar Alemania sabe que hacen un fuerte trabajo por quitarse ese estigma tratando de borrar ese tipo de actitudes. Pero los festejos, así, no ayudaron.
En Argentina también nos resta un enorme labor para erradicar esas indignantes odas al odio que resuenan desde cada hinchada, claro que sí. Y demás está aclarar que el repudio que hacemos es como humanos, no como argentinos, no como subcampeones. Si algo quedó claro es que todos nos sentimos un poquito campeones sin trofeo. Lo único que pedimos es un poco de cordura.
Quizá desde lo angustiante que resulta sufrir la discriminación en carne propia también podamos aprender algo: que desde adentro duele, y que de afuera, da vergüenza.
POR: EDDIE FITTE

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