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18 de agosto de 2014

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El desembarco en Argentina de prestamistas colombianos


Piden préstamos los que viven de hacer una diferencia yendo a comprar o a vender dólares a Bolivia. Y todos, o casi todos, los puesteros del Mercado de pulgas de Orán, que venden la mercadería de contrabando que compran con el dinero de los colombianos. Igual que los del Mercado de Abasto: los camiones repletos de verduras que luego adquieren los oranenses se pagan gracias a los colombianos. También “apoyan” a los vecinos que compran nafta en las estaciones de servicio y la venden un poco más cara en la puerta de sus casas. Los colombianos, además, atienden a la señora que no llega a fin de mes con la jubilación y los llama para comprar carne, pan rallado y todo lo que necesita para vender sandwiches de milanesa en la vereda y subsistir hasta volver a cobrar. Otro que pidió es un guardiacárcel, y por no pagar los últimos $500 que le habían prestado “recibió la visita” de los colombianos armados y vio cómo se llevaban sus electrodomésticos. A pesar de eso, y de otras amenazas que se escuchan en la ciudad salteña, solicita préstamos el panadero que consigue a buen precio la bolsa de harina y compra en cantidad para revender en otras panaderías. O el joven que tiene que salir con la mujer que siempre soñó y justo esa noche, no tiene dinero para invitarla. Gracias a los colombianos, también, el papá que no alcanzó a ahorrar puede alquilar el salón para festejar el primer año de su hijo. Los narcotraficantes locales, lo mismo: cada vez que la policía allana sus casas y se lleva la droga, llaman a los colombianos y vuelven a invertir ese dinero prestado para vender al menudeo. Porque los colombianos prestan y sólo les importa cobrar la deuda y los intereses, y no lo que hagan con ella. Los clientes, igual: jamás preguntan de dónde sale el dinero: son los únicos que dan préstamos a alguien que no tiene recibo de sueldo.
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